¡ Más muerte!
Hermanos ingleses, estoy con vosotros en vuestro dolor. El zarpazo terrorista no perdona a nadie. Pero al menos vosotros tenéis raza y casta para seguir luchando contra ellos cueste lo que cueste.
Seguís en la brecha y no salís corriendo con el rabo entre las piernas. Dais una lección a todo el mundo civilizado, entre el que no se encuentra esa caterva de bestias inhumanas que dicen actuar en nombre de su dios y de su guerra santa. Asesinos despiadados es lo que son.
Llorar a vuestros muertos pero no cejéis en el empeño de derrotar al terror. Y no tengais en cuenta a imbéciles como el académico de este País, que no se le ha ocurrido escribir en un editorial de su periodico, del prosaico imperio del mal, tonterías como las que transcribo a continuación. Ganas de echar gasolina al fuego Dice así el plumilla a sueldo:
A Dios gracias, no hemos oído todavía a ninguno de nuestros iluminados comentaristas de domingo, ni a los parlanchines portavoces del partido de la oposición, sugerir que los comandos de ETA estén detrás de las bombas londinenses, ni Tony Blair ha caído en la tentación de acusar al IRA como responsable último de los asesinatos, ni su Gobierno ha convocado multitudinarias manifestaciones de adhesión a su persona, ni se ha manipulado el dolor de las víctimas y sus allegados para llevar las aguas al molino del propio interés, político o de cualquier otra especie. Estas son cosas que, en medio del horror, reconfortan en un país como el nuestro, sometido en los últimos meses a la irritación demagógica de algunos periodistas descontentos y a la deformación parlamentaria impulsada por quienes perdieron las últimas elecciones generales tras los ataques del 11-M y la gestión de esa crisis por nuestras autoridades del momento. El jueves negro de Londres y el jueves negro de Madrid tienen la misma firma, se explican por las mismas causas y merecen la misma respuesta unánime de parte del mundo civilizado. Ésta no puede ser, de nuevo, una guerra indiscriminada y cruel como aquella en la que se embarcó el trío de las Azores. Es posible que los atentados en la capital británica no sean -por lo menos, no principalmente- una respuesta a la invasión de Irak, pero a estas alturas también parece obvio que la guerra convencional contra Sadam Husein y la brutal invasión de un país extranjero no constituían la réplica adecuada a la insidiosa agresión de Al Qaeda. Diga lo que diga el presidente norteamericano, el problema con el que tenemos que enfrentarnos no es la existencia de un imaginario imperio del mal al que tenemos que vencer, sino el averiguar cómo las sociedades democráticas y abiertas son capaces de defenderse de los integrismos criminales de cualquier especie, sin renunciar a su sistema de vida, basado en los valores de la libertad.
Perdonarnos y no se lo tengáis en cuenta. A Dios gracias, no todos los españoles pensamos así
Seguís en la brecha y no salís corriendo con el rabo entre las piernas. Dais una lección a todo el mundo civilizado, entre el que no se encuentra esa caterva de bestias inhumanas que dicen actuar en nombre de su dios y de su guerra santa. Asesinos despiadados es lo que son.
Llorar a vuestros muertos pero no cejéis en el empeño de derrotar al terror. Y no tengais en cuenta a imbéciles como el académico de este País, que no se le ha ocurrido escribir en un editorial de su periodico, del prosaico imperio del mal, tonterías como las que transcribo a continuación. Ganas de echar gasolina al fuego Dice así el plumilla a sueldo:
A Dios gracias, no hemos oído todavía a ninguno de nuestros iluminados comentaristas de domingo, ni a los parlanchines portavoces del partido de la oposición, sugerir que los comandos de ETA estén detrás de las bombas londinenses, ni Tony Blair ha caído en la tentación de acusar al IRA como responsable último de los asesinatos, ni su Gobierno ha convocado multitudinarias manifestaciones de adhesión a su persona, ni se ha manipulado el dolor de las víctimas y sus allegados para llevar las aguas al molino del propio interés, político o de cualquier otra especie. Estas son cosas que, en medio del horror, reconfortan en un país como el nuestro, sometido en los últimos meses a la irritación demagógica de algunos periodistas descontentos y a la deformación parlamentaria impulsada por quienes perdieron las últimas elecciones generales tras los ataques del 11-M y la gestión de esa crisis por nuestras autoridades del momento. El jueves negro de Londres y el jueves negro de Madrid tienen la misma firma, se explican por las mismas causas y merecen la misma respuesta unánime de parte del mundo civilizado. Ésta no puede ser, de nuevo, una guerra indiscriminada y cruel como aquella en la que se embarcó el trío de las Azores. Es posible que los atentados en la capital británica no sean -por lo menos, no principalmente- una respuesta a la invasión de Irak, pero a estas alturas también parece obvio que la guerra convencional contra Sadam Husein y la brutal invasión de un país extranjero no constituían la réplica adecuada a la insidiosa agresión de Al Qaeda. Diga lo que diga el presidente norteamericano, el problema con el que tenemos que enfrentarnos no es la existencia de un imaginario imperio del mal al que tenemos que vencer, sino el averiguar cómo las sociedades democráticas y abiertas son capaces de defenderse de los integrismos criminales de cualquier especie, sin renunciar a su sistema de vida, basado en los valores de la libertad.
Perdonarnos y no se lo tengáis en cuenta. A Dios gracias, no todos los españoles pensamos así
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